Vivimos inmersos en una era hiperconectada, donde el tiempo de pantalla ya no es una elección casual, sino una rutina integrada profundamente en nuestras vidas. Lo que parecía una herramienta se ha convertido, silenciosamente, en una arquitectura que moldea nuestra atención, nuestras emociones y nuestras relaciones humanas.
Estudios recientes en neurociencia y psicología digital alertan sobre los efectos acumulativos del uso excesivo de dispositivos electrónicos: déficits de atención, alteraciones del sueño, aumento de los niveles de ansiedad y depresión, especialmente en adolescentes y jóvenes. Según datos del documental Generación Click, el tiempo medio que pasamos frente a una pantalla ha superado las 6 horas diarias, sin contar el tiempo laboral. Este ritmo no solo condiciona la forma en que procesamos la información, sino también cómo nos relacionamos con el mundo real.
Las redes sociales, por ejemplo, están diseñadas con algoritmos que optimizan el tiempo de permanencia, no el bienestar del usuario. La dopamina que se libera con cada notificación genera un sistema de recompensa inmediato que estimula conductas adictivas. Poco a poco, la gratificación digital sustituye el placer profundo de una conversación cara a cara, un paseo, o simplemente el aburrimiento necesario para fomentar la creatividad.
La realidad virtual —esa que está fuera de la pantalla— empieza a parecer menos urgente, menos atractiva. Pero vivir a través de una interfaz no es vivir plenamente. Recuperar la presencia no significa rechazar la tecnología, sino usarla con conciencia. Dejar que exista el silencio, el momento no grabado, el recuerdo no compartido. Ahí también está la vida.
Este video que comparto busca, con una sonrisa cínica y una pausa larga, hacer una sola pregunta:
¿Estás presente, o solo conectado?
Enlace para ver el vídeo en mi canal de Youtube: https://youtube.com/shorts/ODebDHXpCro
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