8/7/25

Viajar en familia: nuestra ruta en coche hasta Venecia, Riomaggiore y Cannes

Me encanta viajar, y el año pasado no pudimos porque fue inviable tanto por trabajo como por economía. Fue un año de muchos gastos y no quedó más que para poder ir a Terra Mítica, lo tenemos al lado de casa y así simbolizaba una pequeña aventura familiar. Una chispa de escapismo en medio del caos cotidiano.

Mi familia somos tres, lo que no quita que organizar un viaje no sea un reto: cada cual tiene su propio interés, su propio mapa emocional. Esta vez, conté con la opinión de mi hija adolescente, recién cumplidos los 16 años. Su deseo: ir a Italia. Como por trabajo debíamos esperar por si surgía alguna producción, no pudimos cerrar el viaje hasta principios de junio. Quedaban entonces 4 semanas para mis vacaciones. Tenía una semana disponible, y el plan era aprovechar ese tiempo y dejar el otro descanso para más adelante. El presupuesto: 1.100 €, ahorro de todo el año. Para una familia viajera con camper, era un punto de partida más que digno.

Optamos por viajar en coche, ya que lo tenemos camperizado. Esto nos permitiría ahorrar en alojamiento y movernos con flexibilidad, como caracoles con casa a cuestas. Después de consultar varias opciones con ayuda de la inteligencia artificial, descartamos el avión y el ferry. La ruta sería por carretera. Y como Venecia está lejos, hicimos parada en La Barben, una bonita localidad en la región de Provenza-Alpes-Costa Azul (Francia).

Para abaratar aún más los costes, puse los trayectos en BlaBlaCar. Esto significó gestionar varias peticiones al día, una locura logística. Pero también fue una experiencia enriquecedora. En uno de los tramos, cerca de la frontera española, una pasajera nos ofreció dormir en su campo. Tener un baño esa noche de acampada fue un regalo caído del cielo. Al día siguiente, otra pareja nos invitó a comer en su casa, cerca de Turín. Una comida casera con verdadera pasta italiana. Fue un momento impagable y un regalo inesperado que aún saboreamos en la memoria.



Esa noche dormimos en el Hu Venezia Camping in Town, un camping bien conectado con la ciudad. Al día siguiente, visitamos Venecia. 





Recorrimos el centro histórico, paseamos por sus puentes y canales como si estuviéramos dentro de un cuadro en movimiento, visitamos el Museo de Historia Natural, el Teatro La Fenice y, cómo no, montamos en góndola. Fue una experiencia mágica, aunque también supuso un buen golpe al presupuesto (90 € la góndola, entradas 50 €, restaurante 53 €). Pedimos demasiado para comer en un restaurante llamado Muro (pizza, calzone, ensalada...) y sobró para cenar y desayunar. Fue una constante durante el viaje: comer menos de lo que pedíamos.


Mi hijo, de 11 años, solo quería jugar, algo que pudo hacer en el camping en la piscina justo antes del cierre. Ese rato fue puro disfrute, como si el tiempo se detuviera para él.

Al día siguiente, el pequeño se puso malo del estómago, justo cuando teníamos que desplazarnos a Riomaggiore (), un precioso pueblo costero en Cinque Terre. 






Vimos muchos rincones parecidos a los de la película Luca. Aun con dolor, quiso bañarse en el mar. Sin embargo, no es un lugar cómodo para ir con niños pequeños o carritos: escaleras por todos lados. La comida fue improvisada: arroz en tarrina con atún y tomate, muy de camping, muy de guerrilla. Esa noche dormimos cerca de Génova, en las montañas, justo al lado de una parada de autobús(https://maps.app.goo.gl/AUJ9WTMVhydavtwG8). A la mañana siguiente paseamos por la ciudad y probamos una deliciosa focaccia artesanal que nos reconcilió con el día.







Desde allí partimos hacia Cannes. Fue un trayecto agotador con un atasco de más de dos horas. Un joven francés golpeó mi retrovisor en un peaje. Aunque fue su culpa, se enfadó mucho y golpeó mi coche al abrir la puerta con rabia. Por suerte, una pasajera me aconsejó no entrar al trapo. Esa noche nos alojamos en un camping silencioso, más bien pensado para personas mayores, no recomendable para familias con niños (https://maps.app.goo.gl/336MDMYYTUWGZwJR7).









En Cannes (https://maps.app.goo.gl/pigvGkFFRSs8P1m4A) visitamos el Paseo de la Fama y soñamos con algún día estar en esas escalinatas como artistas. Comimos en la plaza principal: Menos de lo que queríamos, pasta y sándwich y aún así sobró bocadillo para la cena. Después de la visita a la playa, llevamos a dos pasajeras a Montpellier, aunque perdimos tiempo por un incendio que afectó la ruta.

Dormimos en una vía de servicio cerca de Perpiñán (https://maps.app.goo.gl/hXGxy3MqLgyV23CM6?g_st=awb). Las áreas de descanso en Francia son estupendas: baños limpios, zonas de picnic... Ya de regreso, paramos a comer en Tarragona en un restaurante de sushi. Allí recogimos a los últimos pasajeros BlaBlaCar y sobre las 19 h llegamos a casa, exhaustos pero con el corazón rebosante de recuerdos.

Planificación de comidas

El menú estaba bien previsto, con opciones prácticas de camping: couscous, arroz, yatekomo (esto me sentó mal, así que he decidido vovler a comer de fomar más saludable y menos procesada), fideos y lentejas. Aun así, hubo ajustes sobre la marcha por malestar del niño y cambios en la ruta. La improvisación fue, en muchos sentidos, el condimento principal.

Balance final

El presupuesto inicial era de 1.100 €, aunque acabamos gastando 1.334,36 €. Sin embargo, gracias a los ingresos por BlaBlaCar (240€), el coste neto del viaje fue de 1.094,36€, apenas 5€ por encima del presupuesto. ¡Misión cumplida!

Este viaje fue una mezcla de planificación rigurosa, improvisación, solidaridad y aprendizaje. Lo volveríamos a hacer, sin duda. Pero con menos escaleras y menos pizza para llevar. Y, quizás, con más baños prestados y focaccias compartidas.


Y aquí un pequeño resumen audiovisual: https://youtube.com/shorts/SKlDdV1uQ08






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