25/2/14

Ramón Soler. Conductismo: falsos mitos y carencias.

Los defensores del conductismo justifican su práctica alegando que sus técnicas funcionan (al menos, a corto plazo) y, admito que, en esto, tienen razón. Sería absurdo negar la eficacia del conductismo. Todos tratamos de repetir lo que nos proporciona placer y evitamos lo que nos hace daño o nos molesta; estos son principios universales que funcionan con todos los animales y, obviamente, también con los seres humanos. Por mi parte, la cuestión que pretendo manifestar es que, el hecho de que funcionen, no implica que sea ético utilizar estas técnicas para controlar y manipular la conducta
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Se utilizan los refuerzos y los castigos para provocar cambios relativamente rápidos en el individuo, pero con escasa consistencia a medio o largo plazo
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 No todo puede estar permitido para conseguir que los niños hagan lo que los adultos deseemos.
(...) creo en una terapia más respetuosa con el ser humano, que valore todas las potencialidades de la persona y que pueda ayudarle a sacarlas a la luz. Siempre le comento a mis pacientes que yo no sé lo que les pasa, ni les voy a decir jamás lo que deben hacer; ellos tienen toda la información, ellos conocen todo lo que les ha sucedido y lo que les sigue afectando en su vida presente. Lo único que hago es acompañarles respetuosamente en el proceso de autodescubrimiento y dejar que ellos mismos sean los que desenmascaren y sanen su historia.
Por Ramón Soler

Vivimos en una sociedad acelerada y estresada. Queremos lograr todo ya, de forma inmediata, y sin esfuerzo por nuestra parte. Así, compramos cremas que prometen hacernos adelgazar mientras dormimos. Vemos la televisión enchufados a unos electrodos que estimulan nuestros músculos y nos evitan ir al gimnasio. O, incluso, con ayuda de parches o chicles, y sin pasar por una terapia contra la adicción, dejamos de fumar.
Desde pequeños, nos inculcan que lo rápido es mejor y nos lo hemos creído. No queremos profundizar en nuestros problemas, y, para no enfrentarnos a su origen, buscamos las soluciones inmediatas y mágicas que nos venden los medios.
En el ámbito de la restauración, ocurre algo muy parecido. Para muchas personas, el alimentarse se ha convertido en un mero trámite; apenas queremos perder tiempo comiendo. Ya no disfrutamos de la textura, los colores, los olores, ni los sabores de los alimentos. Los locales de comida rápida, donde engullimos hamburguesas con regusto artificial o piezas de pollo prefabricadas, proliferan, y la rapidez y la saciedad prevalecen sobre la calidad y el disfrute.
Nada puede, ni debe frenar nuestro frenético ritmo.
El triunfo del conductismo.
En este contexto, donde lo que prima es el “ya” y el “ahora”, no es de extrañar que triunfe una terapia como el conductismo, que promete una rápida solución a los problemas de conducta y además, sin exigir un gran esfuerzo por nuestra parte.
Antes de continuar, creo que debería aclarar que sé perfectamente de lo que estoy hablando. Estudié el conductismo, casi en exclusividad, en la facultad de Psicología y conozco la jerga que utilizan sus seguidores. Sé lo que es un refuerzo negativo, un castigo positivo o un intervalo de razón variable, conozco la desensibilización sistemática, la inundación y la economía de fichas. Pero, también sé que nada de esto tiene algún efecto a largo plazo. No sirve de nada modificar la conducta a la fuerza. Para encontrar una solución efectiva a nuestros problemas, debemos hallar su origen, profundizar en sus verdaderas causas y trabajarlas. Sin embargo, esto requiere más tiempo y, sobre todo, más esfuerzo personal y no todo el mundo está dispuesto a implicarse en su proceso de sanación. Buscamos la solución mágica, la píldora conductual que cambie lo que no nos gusta pero, sin tener que implicarnos emocionalmente en nuestro verdadero proceso de sanación.
Las técnicas conductistas se centran meramente en el síntoma, sin interesarse lo más mínimo por lo que sucede debajo de la superficie. Se utilizan los refuerzos y los castigos para provocar cambios relativamente rápidos en el individuo, pero con escasa consistencia a medio o largo plazo. Además, al no trabajar con la verdadera raíz del problema, lo único que logran estas técnicas es poner un parche temporal en la herida emocional, pero ésta, antes o después se reabre (por el mismo sitio o por otro) y el resultado final es que la persona sigue sufriendo.
Por fortuna, vivimos en el siglo XXI y las técnicas cognitivo-conductuales no son tan extremistas como lo eran hace unas décadas. Hoy en día, los métodos son más coloridos y aterciopelados que el brutal tratamiento que sufría Alex, el protagonista de “La naranja mecánica”, o la tortura a la que John Watson, padre del conductismo, sometió al pequeño Albert. Watson demostró que era capaz de inducir rápidamente una fobia a un bebé de menos de un año de edad. El procedimiento consistía en dar un fuerte martillazo mientras el niño jugaba con un ratoncillo blanco. El impacto, además de alarmar y asustar vivamente a la criatura, le provocaba un llanto desconsolado. En pocas sesiones, el niño asoció el miedo provocado por el estruendo del martillo, a la visión del ratón, con el mero hecho de ver al animalito, se le desencadenaban los mecanismos del llanto. También se comprobó que el niño había generalizado su miedo a cualquier cosa de color blanco. De esta forma tan poco ética, Watson demostró que podía manipular a su antojo a las personas. Posteriormente, dejó patente sus intenciones cuando dijo:
Dadme una docena de niños sanos, bien formados, para que los eduque, y yo me comprometo a elegir uno de ellos al azar y adiestrarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo que yo pueda escoger -médico, abogado, artista, hombre de negocios e incluso mendigo o ladrón- prescindiendo de su talento, inclinaciones, tendencias, aptitudes, vocaciones y raza de sus antepasados
Aunque algo más suavizada, en la actualidad, la filosofía de fondo sigue siendo la misma: controlar y manipular de manera artificial el comportamiento. Muchos justifican su eficacia porque utilizando estas técnicas, en lapso de tiempo breve, se consiguen cambios muy llamativos. Desde luego, es innegable que se consiguen resultados, pero éstos son superficiales y poco duraderos. Además, como veremos más adelante, las consecuencias a largo plazo nunca compensan los aparentes beneficios inmediatos.
Usar este tipo de técnicas con adultos me parece una manipulación carente de ética. Utilizarlas para someter y dirigir a los niños, roza peligrosamente el maltrato infantil. Pretender que los niños obedezcan y sigan ciegamente todo lo que los adultos planificamos para ellos, denota una completa falta de respeto hacia la infancia y un absoluto desconocimiento de las necesidades y los procesos madurativos del ser humano. Ya he comentado otras ocasiones que, en psicología (y, sobre todo, en psicología infantil), el fin no justifica los medios. No todo puede estar permitido para conseguir que los niños hagan lo que los adultos deseemos.
Ante todo lo que he ido exponiendo, Supernanny (un ejemplo de conductismo que todos conocemos) podría argumentar que sus técnicas funcionan, que consigue que los niños se porten bien y obedezcan utilizando premios, castigos y economía de fichas (darles estrellitas cuando hacen lo que deseamos). En efecto, tras unas cuantas sesiones, logra tener a los niños comiendo de su mano, al tiempo que encandila a los millares de padres que ven sus programas. Sin embargo, en vez de congratularme por el resultado, todo este tipo de programas me preocupan y me plantean graves dudas, entre ellas: ¿por cuánto tiempo funciona su tratamiento? ¿alguien ha vuelto un año después a ver cómo siguen esas familias? Y, sobre todo, ¿qué pasa, a largo plazo, con las consecuencias negativas que estas técnicas conllevan para los niños que las han sufrido?
Siguiendo con el símil de la comida rápida, Ronald McDonald o Krusty el payaso (el de los Simpsons) me dirían que sus hamburguesas sacian el hambre y que no tienen ninguna consecuencia, pero yo les recordaría el documental Super Size Me (2004), en el que Morgan Spurlock nos mostraba lo que ocurre en el cuerpo humano tras comer a diario, tres veces al día, en un McDonald. En 30 días Spurlock ganó 11 Kilos, experimentó cambios de humor, disfunciones sexuales y su hígado se vio gravemente dañado. De hecho, su médico le recomendaba abandonar el experimento debido a los graves efectos que estaba teniendo para su salud. Tras concluirlo, Spurlock necesitó catorce meses para perder el peso que había ganado.
Las consecuencias del conductismo, a medio y largo plazo, son muy variadas y nada beneficiosas para la salud mental del individuo. Los niños que son forzados a reprimir sus emociones y cuyas opiniones no son tenidas en cuenta, aprenden que el respeto se impone por la fuerza y que existe una jerarquía de dominio y órdenes a la que deben someterse “por su propio bien”, porque, el de arriba, el que manda, conoce, incluso mejor que ellos, sus necesidades. Además, estos niños, carecerán de la empatía necesaria para una convivencia pacífica. A la larga, se convertirán en adultos sumisos, obedientes y poco propensos a expresar disconformidad con la autoridad (tal y como se les enseñó de pequeños), pero también serán incapaces de conectar emocionalmente con los demás y abusarán del más débil siempre que tengan ocasión.
Todos iguales.
En las grandes cadenas de comida rápida, todo está estandarizado. La dirección central marca cómo deben hacerse las hamburguesas, en qué tipo de grasa se fríen las patatas, y todas las medidas y cantidades están rigurosamente controladas. Los colores, los uniformes del personal e, incluso, la manera de dirigirse a los usuarios están prefijados. Y al estar las combinaciones de menú (iguales en todos los locales) preestablecidas, el cliente no tiene casi margen de decisión, por lo que debe adaptarse y asumir lo que viene impuesto desde el centro de decisión de la cadena. A nadie se le ocurriría pedir la hamburguesa tostadita, o los tomates de las ensaladas troceados en forma de flor; me imagino la cara de asombro del chico de la caja.
También en este aspecto, los métodos conductistas comparten similitudes con las cadenas de fast-food. No les interesa quién eres, ni de dónde vienes. Las técnicas son rígidas y se aplican a todo el mundo casi de la misma forma, independientemente de la edad, el país o la cultura de la persona. El uso de los premios y los castigos es muy similar en todas partes, cumple unas normas muy estrictas y apenas se permite variación. No es la terapia la que se adapta a la persona (como debería suceder), sino que se busca someter y adaptar la persona a la terapia.
Por cierto, no quiero dejar de nombrar aquí el abuso que ese tipo de cadenas hacen de la ingenuidad infantil recurriendo a llamativos anuncios y regalos, basados en técnicas conductistas, para atraerlos a sus locales. Como ejemplo, me gustaría recordar la campaña veraniega de McDonald, cuyo eslogan era “Be Happy… Happy Meal“, en los que se les hacía ver que consumir sus productos, siempre en compañía de sus padres, además de divertido, les convertía en personas “libres”, plenas y felices.

Complicidad de los medios de comunicación.
Desde hace algunos años, en televisión proliferan todo tipo de programas en los que se recurre a las técnicas de modificación de conducta para ayudar a los padres a reconducir a sus hijos problemáticos. En una lucha encarnizada por la audiencia, las cadenas buscan métodos efectivos para ofrecer resultados vistosos, fáciles e inmediatos. No olvidemos que los telespectadores, los que ven su publicidad, son los adultos, no los niños. El objetivo de los grandes magnates televisivos es agradar y mantener contentos a los padres, sin importarles la forma de lograrlo. La audiencia, el dinero y el poder mandan y el ser cómplices de maltrato infantil, incluso la ONU ha denunciado los efectos perniciosos de Supernnany, no les plantea ningún problema ético a estos gerifaltes.
No podemos negar que las técnicas conductistas son muy televisivas. Se adaptan, perfectamente, al formato breve y directo que los productores buscan para mantener su audiencia. En apenas 45 minutos, vemos como Supernanny o Hermano Mayor reconducen al rebelde y dislocado niño, y lo convierten en una personita educada y obediente. Además, todo este “milagro” sucede sin profundizar lo más mínimo en las enrevesadas dinámicas familiares. Así, de esta breve y sencilla forma, los padres quedan satisfechos porque consiguen su objetivo de encauzar al niño sin tener que molestarse en revisar sus estilos de crianza y, por supuesto, sin asumir ninguna responsabilidad por el problema. De nuevo, el conductismo “fast-food” hace su aparición para salvar a los pobres e inocentes padres de sus “malvados” hijos.
Conclusiones
La piedra angular de nuestra sociedad está basada en el sometimiento a un ritmo de vida acelerado, donde la prisa, la productividad y los resultados tienen que ser inmediatos. El aquí y el ahora es lo único que vale. Esto, nos ha llevado a ser la sociedad más tecnológicamente desarrollada del planeta, pero también, la que sufre más enfermedades provocadas por el estrés. Los trastornos de ansiedad, las depresiones, el insomnio e, incluso, los suicidios han alcanzado niveles preocupantes. En este alarmante contexto, el conductismo supone un fiel reflejo de la sociedad estresada, autoritaria y patriarcal en la que vivimos.
Los defensores del conductismo justifican su práctica alegando que sus técnicas funcionan (al menos, a corto plazo) y, admito que, en esto, tienen razón. Sería absurdo negar la eficacia del conductismo. Todos tratamos de repetir lo que nos proporciona placer y evitamos lo que nos hace daño o nos molesta; estos son principios universales que funcionan con todos los animales y, obviamente, también con los seres humanos. Por mi parte, la cuestión que pretendo manifestar es que, el hecho de que funcionen, no implica que sea ético utilizar estas técnicas para controlar y manipular la conducta. Podemos apreciar claramente la diferencia entre lo eficaz y lo ético si nos fijamos, por ejemplo, en el sueño infantil. Drogar a un bebé o dejarle llorar hasta que se duerma son métodos que pueden funcionar, pero no son nada éticos ni respetuosos con el niño.
Toda terapia que promulgue el control y la manipulación lleva implícita una idea de superioridad, donde el psicólogo adopta el rol del Dios que conoce todo lo que le sucede al paciente y tiene la llave mágica para solucionar su problema. Yo creo en una terapia más respetuosa con el ser humano, que valore todas las potencialidades de la persona y que pueda ayudarle a sacarlas a la luz. Siempre le comento a mis pacientes que yo no sé lo que les pasa, ni les voy a decir jamás lo que deben hacer; ellos tienen toda la información, ellos conocen todo lo que les ha sucedido y lo que les sigue afectando en su vida presente. Lo único que hago es acompañarles respetuosamente en el proceso de autodescubrimiento y dejar que ellos mismos sean los que desenmascaren y sanen su historia.
Como ya os he comentado en otras ocasiones, para sanar las heridas y problemas emocionales, debemos profundizar más y no quedarnos en el síntoma. La vida emocional del ser humano es muy compleja y no se corrige con premios y castigos. La verdadera solución pasa por conectar con el origen del trauma y sanarlo desde la raíz. Soy consciente de que este proceso es más duro e implica conectar con las emociones y los recuerdos que hemos relegado a nuestra sombra y que no queremos reconocer, pero es la única forma de conseguir cambios verdaderamente profundos y duraderos.
Texto: Ramón Soler

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