6/6/25

La cultura de la queja: cuando el dolor se vuelve popular


Hace unos días, en una formación preciosa que ofrecí en Valencia junto a Manuel Farinós, surgió un tema que generó un silencio denso, de esos que invitan a respirar más hondo: la cultura de la queja. Nos dimos cuenta de lo profundamente arraigado que está en nuestra sociedad el hábito de hablar desde el dolor, desde lo que no funciona, desde lo que nos falta. Y no sólo eso, sino cómo ese dolor, cuando es compartido, suele ser socialmente premiado.

Vivimos en una época donde contar nuestras heridas, nuestras sombras y nuestras caídas nos hace visibles. Parece que ser escuchadas o reconocidas pasa, casi inevitablemente, por mostrar nuestra parte rota. Como si el dolor fuera una credencial de autenticidad. Y sí, compartirlo puede sanar, puede unir, puede abrir espacios de comprensión. Pero, ¿qué pasa cuando eso se convierte en el único camino para obtener atención o valoración?

En redes sociales lo vemos cada día: lo que más se comparte, lo que más se viraliza, es la queja, el sufrimiento, la denuncia de lo que va mal. Se entiende como genuino. En cambio, cuando alguien dice en voz alta: “Estoy feliz”, “Me siento plena”, “Me va bien”, muchas veces se encuentra con silencio, sospecha o incluso rechazo. Como si la felicidad fuera provocadora, como si el gozo fuera un privilegio que debiera esconderse.

He creado un vídeo donde reflexiono sobre esto: cuando una dice que es feliz, parece que el mundo abuchea; cuando una dice que sufre, recibe un aplauso. No porque se celebre el sufrimiento, sino porque, inconscientemente, se valora más a quien está en crisis que a quien florece.

Esto me hace pensar: ¿qué estamos enseñando a las nuevas generaciones? ¿A mostrarse tristes para ser queridas? ¿A minimizar su luz para no incomodar? ¿A no celebrar sus logros por miedo al juicio? Estamos educando —y nos estamos educando— para vivir en un relato incompleto, donde el dolor es digno de ser contado, pero la alegría no.

Y aquí quiero hacer una pausa amorosa. No se trata de negar el dolor. Ni de disfrazar la realidad con frases positivas vacías. Se trata de permitirnos también habitar la plenitud, mostrar lo que sí funciona, abrazar lo que va bien y celebrarlo sin culpa. Porque eso también es verdad. También es humano. También es necesario.

Quizá es hora de reeducarnos emocional y culturalmente, de abrir espacios donde hablar de la salud, del éxito, del amor, de la calma, de la abundancia, sea tan válido y legítimo como hablar de las heridas. Sin miedo a que nos tachen de arrogantes o desconectadas. Porque la humildad no está en esconder la luz, sino en compartirla con conciencia.


Yo elijo contar lo bueno, lo que funciona, lo que me llena, sin dejar de honrar lo que duele, pero sin quedarme atrapada ahí. Porque no soy más valiosa cuando sufro. Soy valiosa porque soy. Porque me habito entera.


Y desde ahí, desde ese amor profundo hacia mí y hacia las demás, te invito a hacer lo mismo. A contar también tus alegrías. A no pedir perdón por ser feliz. A iluminarte sin miedo.


Porque si una se enciende, quizá otra también se atreva a encenderse.

No hay comentarios: