Hoy he salido a pasear con mi perra, como tantas otras veces. No era un paseo distinto, ni buscaba reflexionar sobre nada en concreto. Pero el entorno, una vez más, me ha hablado. Y lo ha hecho alto y claro.
En un barranco, apartado del camino, había una puerta o un gran ventanal tirado. Cristales, restos de un objeto voluminoso abandonado sin ningún tipo de cuidado. Más adelante, los contenedores de basura rebosaban hasta no poder más: bolsas fuera, residuos esparcidos y, entre todo ello, un árbol de Navidad tirado sin miramientos. Dos imágenes que he fotografiado porque dicen mucho más de lo que parece. No son casos aislados. Son el reflejo de una forma de consumir y desechar que hemos normalizado.
Estas escenas no solo afean el paisaje. Son peligrosas. En un entorno natural, un cristal puede convertirse en un foco de incendio cuando todo está seco. Los residuos abandonados contaminan el suelo, afectan a los animales y generan un impacto que va mucho más allá de “tirar algo que ya no sirve”. Nos hablan de una desconexión profunda entre lo que consumimos, lo que usamos y lo que desechamos.
Y es inevitable que, después de las Navidades, esta reflexión se haga aún más evidente.
Vivimos en fechas de consumo desbordado. Regalos, envoltorios, plásticos, objetos de usar y tirar, comidas excesivas, decoraciones efímeras. Todo parece empujarnos a comprar más, aunque no lo necesitemos. A regalar por regalar. A usar algo una vez y tirarlo. Y luego nos sorprende ver los contenedores llenos, las calles sucias o los vertederos desbordados.
Este año, en casa, he tomado una decisión clara: no voy a envolver ni un regalo más con papel de regalo. Ni uno. No porque no me gusten los regalos bonitos, sino porque no tiene sentido generar más basura cuando ya existen alternativas. Tengo bolsas de tela, tengo telas que pueden reutilizarse, tengo cajas de cartón que ya iban a acabar en la basura. ¿Para qué crear un residuo nuevo si puedo aprovechar uno que ya existe?
Y esta reflexión va mucho más allá del papel de regalo.
¿Por qué seguimos usando vasos, platos y cubiertos de un solo uso cuando tenemos vajilla que se puede lavar y guardar? ¿Por qué seguimos comprando objetos que sabemos que durarán poco, que se romperán o que dejarán de interesarnos en cuestión de semanas? ¿Por qué regalamos cosas que no hacen falta, solo por cumplir?
Consumir de forma consciente no significa vivir con menos alegría, ni ser austeras por obligación. Significa elegir mejor. Significa preguntarnos, antes de comprar:
—¿Lo necesito de verdad?
—¿Lo voy a usar?
—¿Podría regalar algo diferente?
—¿Existe una alternativa que no genere un nuevo residuo?
Regalar experiencias es una de esas alternativas. Una entrada al teatro, una excursión, una actividad compartida, un taller, un paseo especial. Regalos que no ocupan espacio, que no acaban en un cajón y que generan recuerdos en lugar de basura.
Este año he decidido que todos los regalos que compre sean de segunda mano. Y quiero decirlo claro: no lo hago para abaratar costes. Lo hago por coherencia. Porque no quiero que se fabrique un nuevo juguete de plástico si ya existen miles en perfecto estado. Porque no quiero contribuir a que se produzca un nuevo aparato electrónico cuando hay otros que pueden seguir teniendo una vida útil. Porque cada objeto nuevo implica extracción de recursos, energía, transporte y, tarde o temprano, un residuo más.
Dar una segunda vida a las cosas es un acto profundamente político y profundamente humano.
Por suerte, cada vez existen más opciones para hacerlo. Mercados de segunda mano, como el que se organiza en Gaianes, plataformas de venta e intercambio, redes vecinales, donaciones, trueques. Espacios donde aquello que ya no utilizamos puede ser útil para otra persona. Donde los objetos siguen circulando en lugar de acabar abandonados en un barranco o desbordando un contenedor.
No se trata de hacerlo perfecto. Se trata de hacerlo lo mejor posible. Para nosotras mismas, para nuestras hijas e hijos, para nuestro entorno. Se trata de tomar conciencia de que cada pequeño gesto suma: elegir reutilizar, reparar, intercambiar, comprar de segunda mano, reducir el uso de productos de un solo uso, cuestionar el consumo automático.
La Tierra no necesita que seamos personas perfectas. Necesita que seamos personas conscientes.
Las imágenes que acompañan este artículo no buscan señalar ni culpabilizar. Buscan despertar. Recordarnos que lo que tiramos no desaparece. Que todo tiene un impacto. Y que aún estamos a tiempo de cambiar la manera en la que consumimos y desechamos.
Consumir menos no es perder. Es ganar espacio, coherencia y responsabilidad. Es cuidar el lugar donde vivimos. Es dejar de mirar hacia otro lado y empezar a actuar desde lo cotidiano.
Porque cada objeto al que damos una segunda vida es un residuo menos.
Porque cada compra consciente es una semilla de cambio.
Porque el futuro empieza en los pequeños gestos que hacemos hoy.


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